domingo, 22 de julio de 2007

El mismo, el otro

por Luis Alberto Lecuna*

Después de tantos homenajes dispensados, después de acceder a la bien ganada fama y lo que es más importante, al prestigio que sólo alcanzan los grandes, su historia es hoy por todos conocida.

Su nacimiento, según refieren las crónicas, hacia finales del siglo XIX. Su infancia, impregnada de una peculiar atmósfera matriarcal (madre, abuela, hermana) en la que no obstante, la presencia del padre lo marcaría para siempre.

Todos sabemos que el hijo siguió la misma actividad paterna, pero llevando su arte hasta las cumbres más elevadas del ingenio humano. Un niño curioso y diligente, ávido por saber y hacer cada vez más y mejor, que antes de los diez años ya había plasmado con inusitada maestría su primera obra.

Al intuir y luego comprobar su sorprendente talento, su padre tomó la decisión definitiva que conmueve de sólo escucharla: dio un paso al costado, abandonó su afición de mediocre artista y apoyó entre bambalinas el vuelo sublime que su hijo comenzaría a desplegar en el mundo de la cultura universal.

La madre sabía íntimamente que su hijo estaba signado por la genialidad, algo reservado a muy pocos integrantes del linaje humano, y nadie más indicada que ella para vivificar su autoestima y ayudarle a trazar un iterado camino de logros.

Preanunciando su destino de ciudadano del mundo, se fue de su tierra natal a abrevar de múltiples fuentes, a enriquecerse y enriquecerlas, a crear y abrir nuevos rumbos, nuevas concepciones del mundo, a describir nuevos universos, a aprender a despojarse de excesos barrocos y alcanzar la sublime perfección en esa excelsa síntesis que todo lo compendia en un mínimo elemento conceptual.

Fue y volvió. Aunque en realidad, nunca se fue de su patria amada, de sus lugares y su gente, y por eso de ellas, de esa energía poderosa está impregnada su colosal obra.

Sensible a la presencia de la mujer, enamoradizo como pocos, en su fuero intimo reconocería que su máxima entrega y pasión estaba en y para sus trabajos, en las imágenes y seres y escenarios que con singular maestría iría creando.

Para quienes tienen la maravillosa posibilidad de saber disfrutar de las manifestaciones más excelsas del genio humano, está claro que el mundo no hubiera sido el mismo sin la existencia de este talento universal, que sigue permitiéndonos el goce estético que su obra nos brinda, que continúa marcando rumbos, creativo y vital, burlando a la muerte, en la magnífica presencia de cada una de sus realizaciones.

Fue, es y será el maestro por antonomasia de legiones de admiradores de su colosal obra.

Quiera el minucioso lector llamar al padre Jorge Guillermo o José, a la madre Leonor o María, a la abuela Fanny o Inés, a la hermana Norah o Lola, para saber si lo que acaba de leer está referido a Borges o a Picasso.

Punta del Este, 2004

© Luis Alberto Melograno Lecuna